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Temen contaminación de VIH por planta de plasmas | El Economista.

En la década de los 80 cuando detonó la epidemia del VIH Sida, un elevado porcentaje de los infectados se contagió no por vía sexual -como se creía y por lo cual el VIH sigue aún muy estigmatizado- si no por donación, recepción y transfusión de sangre.

El problema fue mundial y derivó en toda una crisis de salud pública que tardó una década en controlarse en los países desarrollados, pero es una situación que sigue latente en muchos países en desarrollo.

En México, entre ciertos sectores aún hay mucha desconfianza sobre los filtros previos a la donación de sangre como para asegurar que es verdaderamente inocua y libre de toda contaminación.

Es el caso de los pacientes con hemofilia -un trastorno hereditario de la coagulación- quienes fueron de los que más resultaron contagiados del virus del Sida hace cuatro décadas, dado que el tratamiento para su enfermedad depende de que se les inyecten ciertos derivados de la sangre o hemoderivados (factores de coagulación) en forma constante.

La evolución de la epidemia de VIH asociado a transfusiones, donación remunerada de sangre o plasma y recepción de hemoderivados por pacientes hemofílicos en México, fue consignada por Jaime Sepúlveda-Amor, entonces subsecretario de Salud y luego titular del Instituto Nacional de Salud Pública (INSP).

De hecho en un trabajo publicado en 1995 en la revista Salud Pública de México, Sepúlveda-Amor hace un recuento de los casos de Sida asociados a transfusiones y reporta que entre 1985 y 1994 hubo 1,728 casos en adultos y 116 en niños.

Con este antecedente que derivó en tantas infecciones y evidentemente en muchas muertes no contabilizadas, es obvio y entendible que la Federación de Hemofilia de la República Mexicana desconfíe por completo de la recién anunciada planta de fraccionamiento de plasma que en junio pasado inauguró en Chalco, Estado de México, el titular de Cofepris, Mikel Arriola.

Esta planta es propiedad de Genbio, el brazo biotecnológico del Grupo Somar, encabezado por José Miguel Ramos, y aunque ellos aseguran haber invertido en toda la tecnología para operar de la manera más segura dicha planta que aprovecharía los desechos de la sangre en México hoy desperdiciados, los pacientes hemofílicos tienen serias dudas.

Entre otros puntos por los que la Federación de Hemofilia desconfía de hemoderivados hechos en México es que aquí no hay plantas de validación viral para garantizar que la sangre recolectada esté libre de virus.

Además, los bancos de sangre no están obligados a aplicar pruebas de diagnóstico molecular NAT -lo único que reduce el periodo de ventana que puede durar meses para descartar que sea sangre contaminada-, hace poco se actualizó la NOM para uso terapéutico de la sangre y no se elevaron los estándares de exigencia, e incluso refieren casos recientes de contaminación no sólo de VIH, sino de hepatitis B y C y enfermedad de Chagas en bancos de sangre en México.

Y como dice Carlos Gaytán, presidente de la Federación de Hemofilia y paciente de esta enfermedad: “el día que me pongan un frasco de hemoderivado producido en México con certificación de la FDA me lo pongo con los ojos cerrados.”

Pero si se producen con base en las reglas existentes en México los pacientes de hemofilia no tienen la mínima certeza de que estarán hechos con seguridad y calidad como los que hoy les aplican en IMSS, ISSSTE y Sector Salud, abastecidos por las alemanas Baxter y Octapharma, la española Grifols y la australiana CSL.

No es mala idea que Genbio se apurara en buscar la certificación de FDA, aparte de la de Cofepris, para obtener la confianza de los pacientes de los hemoderivados -sus futuros clientes- que prevé estar comercializando en 2014.

@maribelrcoronel
mrcoronel@eleconomista.com.mx

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